Una noche en el andamio
Esta historia, parte realidad y parte ficción, comienza como cualquier historia de aguardos del jabalí podría comenzar. Era una calurosa tarde de verano en la que las chicharras y demás insectos frotaban sus alas para sofocar el calor, los pequeños pájaros empezaban a revolotear en busca del último trago de agua antes de pasar la noche encaramados en una encina. El monte comenzaba a despertar mientras el protagonista de esta historia preparaba todo el equipo necesario para realizar una espera de jabalí.
Alguna de las monteses ya dejaba verse con sus crías en lo alto del Tajo de los Buitres, los primeros conejos salían de sus madrigueras entre juegos y carantoñas buscando el cereal que ante ellos se cultivaba y ya se escuchaba el indiscutible sonido de algún pequeño zorro que comenzaba sus aventuras nocturnas.
Rafael, dejaba el coche y se encaminada hacia el puesto del andamio, conocido así por estar hecho en parte, por una estructura de un andamio utilizado en la construcción. Desde ese puesto se domina una amplia siembra, a la izquierda se localiza una pequeña baña de arcilla roja donde los jabalíes suelen acudir a bañarse para desahecerse de los molestos insectos al tiempo que alivian el calor de esos días de verano. Enfrente, una pequeña vaga da lugar a una esquina rodeada de monte que se extiende hacia la derecha en una ligera ladera donde finalmente se encuentra la linde inferior de la siembra.
Encaramado en lo alto del puesto y protegido al respaldo de una gran encina, Rafael montaba con delicadeza el visor 3-12×56 que proporcionaba una gran luminosidad en las noches de luna y que tantas satisfacciones y recuerdos le había proporcionado. El rifle, en calibre 308 con capacidad para un solo disparo y con un estampado de hojas, habia sido propiedad de un antiguo guardia civil que en sus últimos días de vida decidió regalarlo sabiendo de la afición y buenas maneras de su nuevo propietario.
Los últimos rayos de sol se despedían dando paso a las sombras y falsas figuras de la noche, la luna brillaba desde antes del anochecer bañando la siembra con una intensa claridad permitiendo ver a través de los prismáticos o el visor cualquier animal que allí se emplazara. La claridad de la noche condicionaría la entrada de ese esperado gran jabalí que, receloso de tanta luz, aguardaría en las sombras de las encinas situadas al filo de la siembra.
De repente, un pequeño rodar de piedras delató el movimiento de algún animal situado en el monte en dirección frontal al puesto, el pequeño chillido de una cría confirmaba las sospechas, ¨la familia¨, una piara formada por dos hembras y unas ocho crías que noches antes ya habían entrado al puesto, bajaban barranco abajo ocultos en la espesura. El silencio solamente roto por el canto de los grillos se hizo cuando un soplido a la derecha del puesto sobresaltó a Rafael. La familia había dado la vuelta para entrar de abajo hacia arriba con el aire de cara y por suerte, la altura del puesto impidó cualquier brisa delatadora. Comenzaron a adentrarse en la siembra al tiempo que las hembras venteaban y comian con cierto recelo.
Mascadas al cereal inundaban la siembra de ruidos al tiempo que los pequeños rayones peleban por amamantarse. Una de las hembras empezaba a ocultarse tras la vaga que se hallaba en frente del puesto. En su camino hacia la baña de barro rojizo, la carreras se sucedían y alguna regañeta se dejaba oir. Dando el primer paso como guía de la familia, la hembra se introdujo en la charca revolcandose e impregnando todo su cuerpo con el espeso fango. Una vez abandonó la baña se tumbó en el suelo brindando a todos sus descendientes la posibilidad de amamantarse dejando un imagen inolvidable para Rafael.
La noche volvió a la calma cuando la familia abandonó la siembra para continuar su ruta nocturna y la caza comenzaba de nuevo, vuelta a buscar en los filos de la siembra y a estar atento a cualquier ruido que pudiera señalar la presencia de otro animal.
Era alrededor de las una de la mañana, la temperatura había disminuido, la luna había dejado de iluminar con tanta intensidad y solo se escuchaban algunos ratones sobre la hojarasca que se encontraba en el pie de la encina. Un pequeño crujido en la ladera de enfrente puso en alerta a Rafael quién empezó a otear los bordes en la siembra con sus prismáticos. Una pequeña sombra se introdujo en el cultivo sin saber a ciencia cierta de qué animal se trataba y solo cuando estuvo en una zona un poco más iluminada se pudo distinguir su voluminosa cola.
En sus paseos nocturnos aquel zorro acudía a la siembra en busca de pequeños ratones, lagartos e incluso algún conejo que por allí deambulara. Quizás era una madre en busca de comida para sus crías o tal vez un zorro solitario que estaba allí de paso.
En esos momentos en los que toda la atención de Rafael estaba puesta en el movimiento de aquel zorro, el vuelo de una perdiz con su característico batir de alas puso nuevamente en alerta al esperista. Una larga pausa se sucedió con el crujir de una rama cercana a la linde de enfrente tras la pequeña vaga. Una nueva pausa y sin previo aviso, el ruido del animal masticando el cereal se hizo sonar en toda la siembra. El animal se encontraba a la sombra de una gran encina dónde era imposible distinguirlo con claridad por lo que habría que esperar. En una súbita carrera, la figura de un gran jabalí se introdujo en la vaga dónde era imposible verlo y solo se podía escuchar el ruido qué hacía mientras comía los jugosos brotes de avena aún sin segar.
Rafael acelerado no podía más que buscar con el visor y seguir escuchando al ruidoso animal. Su corazón estaba acelerado su respiración agitada y su boca se tornaba más seca de lo normal. El crujir del pasto indicaba el movimiento de aquel jabalí que poco a poco salía de la vaga situandose ligeramente a la izquierda de la siembra. Ahora sí, Rafael podía vislumbrar la gran silueta de aquel majestuoso animal que sin percatarse de su presencia continuaba saciando su hambre. De manera totalmente sigilosa Rafael encaró su rifle monotiro observando a través del visor la oscura figura del jabalí. Solo cuando tuvo completamente apuntado el animal apretó con suavidad el gatillo de su arma rompiendo el estruendo la calma de la noche.
El silencio se hizo nuevamente, tuvieron que pasar algunos minutos hasta que las pupilas de Rafael se volvieron a dilatar tras su repentino cerramiento con el resplandor del disparo. Ahora podía observar con claridad la figura de tan majestuoso animal tendida sobre los tallos de avena. Rafael se bajó del puesto y acudió raudo al sitio donde estaba el animal encontrándose con un ejemplar de gran tamaño aunque de defensas reducidas.
No obstante, la magnífica noche de caza y el apasionante lance no serían olvidados nunca por Rafael quién en sus recuerdos y reuniones con sus compañeros cazadores mantendría viva la imagen y el sonido de aquel gran jabalí.