Conejos a tenazón
Con más desaciertos que certezas cargamos el equipo en el viejo patrol, con avidez perros acollarados en el remolque y latidos de emoción que vaticinan el nerviosismo de la jornada que ya se pinta en los primeros naranjas del día. En pleno mes de julio con noches en las que el refresco se deja sentir en esas primeras horas de la mañana nos encaminamos hacia la rambla de Galteno dejando el coche con el remolque en los primeros zarzales que componen el comienzo del quebrado barranquizo.
Preparamos los pertrechos y ya si, Estrella y Ligero no pueden disimular sus ganas intentando sacar el morro por los claros de la parte posterior del remolquillo.
Tenemos ganas, les digo y en su nerviosismo observo como quieren incluso mordisquear los quitavueltas de los eslabones que los amarran a los varales de hierro.
Planteamos la mañana y nos encaminamos a coger una mano amplia disponiendo el cazadero en un mano a mano que permita a los perros trabajar en lo cerrado de la espesura y nosotros discurrimos en paralelo arqueando por los laterales de este barranco.
En el chaleco lo primero es una botella de agua, ajusto la perilla de la canana y ciño al cinto las argollas que me permiten centrar la cartuchera dejando a un lado los lazos de cuero que me ayudarán a apresar algún lagomorfo tras su abate.
Soltamos a los perros y es en esa estampida, en ese salto enérgico en el que contemplamos como no es necesario ahora mismo ni alentarlos puesto que la experiencia de la veterana es la mejor escuela para el más joven.
Salimos raudos ya con los primeros rayos de sol que permiten ver el contraste de los zarzales, taráis y demás arbustos que componen este paraje. Junto al dique de los troncos quemados no tarda Estrella en arrancar a un fuerte conejo que raudo abandona la caja del barranco para subir presto por las pequeñas veredas que tienen dibujadas en las paredes del mismo.
– !Ahí lo llevas Paco!
– ¡Ese era bueno!
En un certero disparo el conejo queda volteado y en pocos instantes la perra aparece con las orejas gachas y la presa entre sus dientes. Que bonita escena y que bien resuelta, seguiremos a ver si podemos hacernos con alguno más.
La mañana avanza deprisa y algunos lances más se suceden y con la media mañana dando un sol de justicia decidimos dar por concluida la jornada puesto que el calor es un inconveniente tanto para la caza como para los cazadores.
Después de comer decidimos acercarnos a otro emplazamiento en el que podíamos llevar a cabo un descaste por daños pero sin perros puesto que así lo especifica la normativa interna de la sociedad de cazadores en la que aquel paraje se encontraba acotado. Después de comer un reconfortante gazpacho y una rica fritada con pimientos nos dispusimos a echar la tarde.
Tres escopetas íbamos ya batiendo aquellas lomas suaves recubiertas de esparto, atochas y reviejos, el hábitat ideal para los conejos que encontraban un refugio perfecto en estos escondites a la vez que se multiplicaban sobre manera acabando con las huertas y olivares que existían bordeando estos montículos salvajes.
– ¡Manolo por la derecha, ahí va, ahí lo llevas!
– ¡Tírale que se va!
– ¡Buena esa!
Que velocidad, que requiebros y qué saltos más veloces. La tarde fue un espectáculo, conejos por todas partes y los tiros a tenazón tapando la pieza, buscando el hueco y segando las carreras de algunos de ellos constituyeron una jornada estupenda que estaba rubricándose como algo difícil de repetir.
Llegamos a una zona de olivar en la que los bancales de iriazo se alternaban con los laborados y entre los olivares se podían constatar cientos de madrigueras que se disponían en los ribazos que se empleaban para almacenar el agua de riego.
Un verdadero vivar de conejos que permitía la proliferación de estos, era impresionante observar los troncos de los naranjos, los cuales iban siendo roídos describiendo un corte circunferencial en su corteza.
A medida que iba cayendo la tarde, a nuestro paso los conejos se incrementaban y en cualquier apretón de vegetal o en el pie de algún árbol saltaba el conejo con rabo blanco en alto describiendo vaivenes entre los bancales. Varios conejos cayeron en la plomada y otros muchos sortearon a escopetas y cazadores.
Después de terminar nuestra jornada de caza y una vez pelados los conejos, comenzamos a freírlos en abundante aceite. La noche se alargó rememorando lance a lance la jornada inolvidable de conejos a tenazón.