El pájaro es el que caza
Esta escena de caza comienza una fría mañana de invierno, en el rescoldo de las brasas ya consumidas se atisba el gélido viento que se cuela por las rendijas de las bisagras carcomidas por el óxido.
En este panorama en el que el bao parece una tempestad se perciben pequeños gorjeos, pequeños y tímidos «titeos», que emanan del interior de las gargantas de nuestros queridos protagonistas.
Estos enardecidos actores reclaman su presencia y denotan la próxima llegada del nuevo día. Se perciben ya las primeras luces del alba pero aún no estamos listos.
Con un suave tirón de la sayuela nuestro querido protagonista saluda a sus reclamos. Éstos, como si de gárgolas en pedestales se tratara, se desperezan con parsimonia, regalándole a su cuidador una mirada negra, penetrante, como si se conocieran de antaño. Ambos saben lo que sus ojos han visto y lo que sus oídos han escuchado.
Cuándo existe una simbiosis de esta magnitud entre hombre y animal, podemos decir que nos encontramos ante un verdadero cazador de reclamo.Prosiguen las mutuas muestras de afecto pero siempre hay una línea que ambos trazan en la que se encuentra un profundo respeto.
Con gran templanza nuestro cazador se prepara, alcanza unos ganchos de cuero desgastado cuyo mosquetón presenta cierta dureza al abrirse. Saca a su pájaro con sumo cuidado del casillero y con una leve sonrisa le desea mentalmente buenos augurios para la jornada que se avecina.
El camino mil veces recorrido esta vez parece distinto, con máximo cuidado intento no pisar esa hojarasca, tan delatadora, para intentar que mi presencia pase desapercibida.
En mi mente está todo planeado, todo perfectamente calculado, pero la caza no puede ser una ciencia exacta. En un leve giro el filo de mi manta queda enganchado en una rama de encina y ante este crujir un repentino «prrrrr» llega hasta mis oídos. Un par de perdices que se preparaba para revolarse hasta un cercano sembrado, ha precipitado su marcha.
Mi fiel compañero emite un ligero «plío», sintomático de que es consciente de lo que ha ocurrido aunque no ha podido verlo…
Una vez llego a mi puesto enciendo una pequeña lumbre al lado de la amplia coscoja, con lo que evidencio mi localización para el resto de compañeros que vienen con el mismo fin. En esto, la picardía y por qué no la pillería, tienen gran cabida.
Con las brasas aún caliente coloco mi reclamo en el tanto, procuro hacerlo despacio para no procesarle nerviosismo. Siempre me han recomendado hacer las cosas bajo unas determinadas pautas, pero con frecuencia me ha gustado utilizar mis propias ideas en este arte. Ahora, comienza la caza.
Una vez mi reclamo está calzado subo la cobija y la leve luz azulada penetra los barrotes iluminando la esbelta forma de mi compañero. Mi joven reclamo me reconoce, y rápidamente voltea su cabeza para explorar lo que le rodea y supongo que planear su estrategia.
Ante unos reiterados chasquidos de mis dedos observo que el fruto de mi esfuerzo levanta el cuello, ahueca su traquea y me procesa unos leves «piñonazos».
Seguido a los «piñones» viene un tenue recibo que va aumentando progresivamente. Una vez acomodado dentro del aguardo mi reclamo ha acrecentado en gran medida su reclamo al igual que en cada copla reafirma su dominio sobre esa zona.
Rápidamente se deja oír el veterano macho que con ronco canto de cañón deja mudo por un instante el campo. Ante este atroz sonido mi reclamo curtido en algunos lances no demasiados, gira su cuerpo en dirección al canto escuchado.
El reclamo cautivo no se amedrenta y en un alarde de gallardía contesta al veterano pájaro campestre con el fin de que se produzca un tenso encuentro.
Con gran rectitud mi reclamo cambia su postura dentro de su jaula, con un cambio de postura y unas reiteradas «bulanetas» me evidencia la inminente llegada del furioso oponente.
No han transcurrido más que unos segundos cuando un vigoroso pájaro entra con su ala ligeramente descolgada, entra sin vacilación describiendo una circunferencia alrededor del mampostero.
Con suma delicadeza mi reclamo se serena, rompe esa muestra de pluma un tanto excesiva para mi gusto y tímidamente su campanilla empieza un vaivén. El sonido es prácticamente imperceptible pero esta actitud me indica la señal para proceder al lance.
Lentamente agarro el arma y con suavidad encañono al valiente pájaro. En el momento de apretar el gatillo una desconfiada perdiz cruza la rasa en dirección al pájaro, ante esta nueva circunstancia de la que no me había percatado cambio de parecer y el sonoro disparo recae sobre esta nueva invitada.
Rápidamente el pájaro valeroso se retira y mi reclamo comienza su titeo cargando de nuevo el tiro, ante esta provocación no han transcurrido apenas unas décimas de segundo cuándo vuelve más enardecido si cabe el viudo ofendido. Ahora se puede rubricar una buena faena.
El tiempo transcurre, ambos pájaros entablan una lucha dialéctica y hay que poner un final a este duelo entre titanes. El cartucho está en la recámara y, aunque cueste acabar con este espectáculo tan bello, es necesario.
Al tiro, el pájaro campestre queda inerme ante el reclamo quién con suma destreza canta a los cuatro vientos su dominio sobre aquel territorio.
Ahora llega el momento de retirarse, salgo del puesto con nerviosismo provocado por los acontecimientos acaecidos y me dirijo a recoger la primera pieza.
Mi reclamo, en todo momento pendiente de mis movimienos, reclama su posesión sobre ella. Me lo hace saber cayendo de nuevo en un estado de muestra. Ante esta amenaza no queda otra que depositar al pie de su jaula sus capturas, puesto que son suyas, nosotros no somos más que meros espectadores de la faena.